El lunes tomé el AVE a una hora chunga (la de comer), lo cual me llevó a renunciar a una vida mejor al dilapidar mis ahorros comiendo un “menú” en la cafetería del tren (menú… JAJAJA. Para un vasco es un insulto que llamen a eso menú). Me quedé con más hambre que ni sé pero no podía repetir la operación, así que aguanté como una campeona las tres horitas de viaje. ¡Y qué decir de Leo! Es que es el mejor. Se pasó el viaje durmiendo, consciente de que era lo que tocaba.

Ya en destino, lo típico: dejar maletas, asentarse, ir a cenar con urgencia y con más hambre que Carpanta y quedarme dormida en el sofá con la película que mi anfitrión puso en casa por la noche.

MARTES: SANT JORDI

Amaneció lloviendo y con muy mala pinta. Los libros y la lluvia no se llevan nada bien. Fuimos directos a Gigamesh, mi primera parada, donde tenía cita en la mesa de firmas. Llegamos media hora antes para cotillear la librería (qué vicio de tienda), saludar a los compis, comprarles algunos libros y cerrar acuerdos fructíferos profesionales. Después de eso, ocupé mi lugar (me pusieron en la primera mesa según entrabas al recinto, jejeje) y ahí viví uno de los momentos más emocionantes de mi carrera como escritora hasta el momento. No solo vinieron a verme y a que les firmara amigos, conocidos, lectores y compañeros, sino que gente que no sabía nada de mí hasta ese día, eligió mi libro de entre toda la oferta de Gigamesh y vino a que se lo firmara. Quiero hacer mención especial a una pareja joven que, además, al día siguiente acudió a mi presentación. ¡Me hizo mucha ilusión! Si me estáis leyendo, ojalá os hubierais quedado cuando empezó la ronda de firmas. Cuando quiso darme cuenta y terminé de firmar, muchos ya os habíais ido y no nos hicimos ni una foto. De verdad, muchísimas gracias.



     

 

Cuando salí de Gigamesh (en una nube y con muchas cosas bajo el brazo), ya había escampado. Compré algún libro más, hablé otro poco con unos compis y me fui a mi segunda parada: Caligrama, donde me pasaría todo el día firmando LOS OJOS DE LA MUERTE. Recién llegada, vino a verme una lectora mía a la que no tengo en redes (pero es mecenas porque le encantan mis libros), a la que no le ponía cara y tuvo que decirme quién era. ¡Qué sorpresa me dio Núria! Luego vino a verme y comprarme otro libro otra lectora que me sigue desde mi primer libro y que, con el tiempo, nos hemos hecho amigas. Después de tantos años queriendo conocerla (Hola, Marisa), la secuestré un poquito para irnos a tomar algo, que lo de vender libros está bien pero mucho mejor compartir risas y charla con gente a la que quieres.

A las 14h nos juntamos un buen número de escritores (y lectores), y nos fuimos a comer a un restaurante de la zona entre charla distendida, bromas y tonterías del gremio. Con el estómago más que lleno, en lugar de regresar a mi caseta, nos fuimos de excursión por diversas casetas para saludar a los compis que estaban en otras lejos de nosotros y, de paso, ver al ambiente. Hice poquitas fotos (ni me acordé), pero vi a muchos compañeros en sus stands y también tuve mi buena charla con César Brandon, un poeta al que admiro por su magia.


            

 

El resto del día fue volver a la caseta de firmas hasta el cierre. Coronamos el día con una última visita a Gigamesh y tomar algo con mi querida amiga Núria, a quien no había visto en persona jamás después de tantos años y que tiene un personaje en la saga SERES MALDITOS, la sacerdotisa maga. ¡Qué fallo no hacernos fotos ni ese día ni al siguiente!

MIÉRCOLES: DÍA DE LA PRESENTACIÓN DE MI ÚLTIMA NOVELA

Comenzó el día soleado y grandioso: yendo a la playa, donde Leo se volvió loco de alegría jugando con la arena y haciendo sus agujeritos. No hay nada que me haga más feliz que verlo así… Después nos juntamos con Emilia y tomamos algo en un chiringuito de esos en plena playa con sofás chillo out donde te cobran por respirar o hablar muy fuerte. De ahí nos fuimos a comer a un restaurante y luego a “casita” a cambiarse de ropa y ponerse mona para la presentación.

Quedé con mi editor con dos horas de antelación y estuvimos hablando de lo humano y lo divino hasta que se nos echó la hora encima. El lugar era precioso, un antiguo psiquiátrico remodelado con aspecto señorial, atrios preciosos, techos indecentemente altos, rodeado de mucho verde y con unas instalaciones nuevas, modernitas e impecables. Aunque hubo gente que llegó tarde por el tráfico (hubo un accidente) y gente que se tuvo que ir muy pronto (con el libro firmado, eso sí), puedo afirmar que casi llenamos la sala y el público estuvo receptivo, participativo y precioso como él solo.  No pasaríamos de 30-35 personas pero se sintieron como 20 mil y encima hay gente que se llevó hasta cuatro libros. Y, como todos somos unos desastres, no hicimos foto de grupo real porque nos dimos cuenta cuando ya nos estábamos yendo con los abrigos puestos y muchos estaban en el pasillo.



Después unos 8-10 nos fuimos a cenar a un bar de tapas, pero tampoco nos hicimos fotos porque estábamos muy ocupados, hablando, riendo, comiendo… Solo tengo un selfie con Miguel Ángel, un tesoro de persona y de lector.

Y al día siguiente, madrugón para volver a Madrid. Poe nos esperaba en casa, cabreado y mimoso a un mismo tiempo, jejeje, por no haber aparecido por ahí en días.